Electrodos en el cerebro para tratar la anorexia o el alzheimer
La estimulación cerebral profunda es una técnica que se utiliza desde hace 20 años para aliviar los temblores en algunos casos de Parkison. Más recientemente, los neurocirujanos están explorando la posibilidad de usarla también en otras patologías como la depresión grave, el trastorno obsesivo compulsivo o, incluso, el alzheimer. Esta semana, la revista ‘The Lancet’ abre una nueva posibilidad con un ensayo con seis pacientes con anorexia nerviosa crónica.
Los resultados de esta investigación llevan la firma del doctor Andrés Lozano, un sevillano afincado en Canadá desde hace años, donde dirige el departamento de Neurocirugía de la Universidad de Toronto. Este estudio se llevó a cabo con seis mujeres que llevaban una media de 18 años luchando sin éxito contra la anorexia más grave, que no responde a ningún tratamiento, y que suponía un riesgo grave para su vida en un corto plazo.
Mediante una neurocirugía que ya se ha aplicado con éxito en más de 100.000 pacientes con Parkinson en todo el mundo, el equipo de Lozano operó a las mujeres para implantar unos electrodos en el interior de su cerebro, conectados a un generador externo de señales eléctricas.
El área del cerebro en la que se colocó esta especie de ‘marcapasos’ se denomina subcallosa del cingulado y es la misma en la que se implantan los electrodos en casos de depresión muy grave. De hecho, el investigador español explica que cinco de las mujeres (con edades entre los 24 y 57 años) mejoraron su estado de ánimo, reduciendo los niveles de ansiedad y depresión. Esto se tradujo en tres de ellas en una ganancia de peso mantenida incluso nueve meses después de la cirugía.
Jorge Guridi, presidente de la Sociedad Española de Cirugía Funcional y responsable del departamento de Neurocirugía de la Clínica Universidad de Navarra, lo explica así: ‘No quiere decir que la estimulación cerebral profunda hiciese que tuviesen más apetito. Los electrodos mejoraron los aspectos internos negativos de las pacientes, como el estado del humor o la ansiedad y al quitar esa negatividad las chicas comieron más y ganaron peso. La anorexia es una enfermedad muy compleja; no es sólo que alguien no quiera comer, es que se niega a hacerlo porque tiene un problema con su percepción de la realidad’.
Guridi coincide con la autora de un editorial en la misma revista, Janet Treasure, del King’s College de Londres, en que los resultados abren una puerta a la esperanza para los casos más graves de anorexia, un 20% aproximadamente en el que el riesgo de mortalidad es muy elevado. Aunque ambos son cautos y apuestan por esperar los resultados de nuevos ensayos clínicos, con mayor número de pacientes.