El salto con pértiga, una…

Un deporte que padezca un accidente mortal anual deberí­a estar catalogado en el imaginario colectivo como un deporte de riesgo. Sin embargo, eso no pasa con el salto con pértiga, que se tiene por un deporte más del mundo del atletismo. Hasta 2003, cada año morí­a un deportista practicando esta disciplina sólo en EEUU. Gracias a las medidas que se tomaron para potenciar la seguridad a partir de ese año la mortalidad se redujo, pero la cifra de accidentes catastróficos sigue disparada.

En la última década, se ha triplicado el número de desgracias que suponen lesiones medulares o craneales, hemorragias cerebrales, roturas de pelvis y heridas internas de gravedad, según un estudio que acaba de ver la luz.

A lo largo del año 2002 murieron tres jóvenes, de 19, 17 y 16 años, saltando con pértiga en EEUU al golpear con sus cabezas más allá de las áreas protegidas. Un golpe demasiado duro para este deporte minoritario pero aun así­ muy practicado allí­, con 90.000 saltadores en los institutos y unos 4.300 competidores universitarios.

Una de esas ví­ctimas, Kevin Dare, se convirtió en el punto de inflexión. Se ampliaron las medidas de la colchoneta en la que aterrizan los saltadores y, sobre todo, se colocaron protecciones en el marco de la caja, el pequeño foso en el que se clava el extremo de la pértiga para ejecutar el brinco.

La muerte de Dare fue distinta. No salió disparado más allá de la colchoneta por coger un impulso excesivo o inadecuado. Realizó todos los pasos correctamente pero cuando él y la pértiga estaban completamente verticales, por alguna razón, se desplomó de cabeza contra la caja, que en esas circunstancias se convirtió en una trampa mortal de duras aristas.

Las medidas que se tomaron desde entonces han salvado vidas, ya que la media anual de muertes ha caí­do significativamente frente a las dos décadas previas. Sin embargo, los accidentes catastróficos se han triplicado. De 2003 a 2011, se produjeron 19 lesiones catastróficas, con un promedio de 2,1 por año, la mayorí­a por caí­das en el entorno de la caja (74%), como en el caso de Dare.

Cuatro de estas lesiones graves se produjeron cuando el atleta aterrizó más allá de los márgenes de seguridad de la colchoneta y una se gestó al romperse la pértiga, golpeando en la cabeza al saltador y fracturándole el cráneo. En ese periodo, hubo otras diez lesiones graves en la cabeza (dos muertes), cuatro fracturas de la columna (una paraplejia), dos fracturas pélvicas (ambas con lesiones intraabdominales), una lesión torácica (con fractura de costillas y neumotórax) y lesión del tronco encefálico con resultado de muerte.

El hecho de que se hayan disparado las lesiones tiene varias interpretaciones. Según el expertiguista y responsable de seguridad de la federación de atletismo de EEUU, Jan Johnson, desde que se ampliaron las dimensiones de la colchoneta los saltadores se habrí­an podido confiar, pensando que su seguridad está garantizada. Además, los nuevos materiales de los que están hechos las pértigas han facilitado que aparezcan nuevas vocaciones y que sean capaces de saltar con mucho menos entrenamiento previo.

Estas circunstancias, junto a la muerte de otro joven, han motivado que la Asociación Nacional Atlética Universitaria (NCAA) haya añadido hace tan sólo un mes una serie de recomendaciones a su normativa de seguridad: colocar colchonetas adicionales en torno a la zona de caí­da segura, colocar colchonetas en torno a la caja y aceptar el uso de cascos reglamentarios en la práctica deportiva.

“Está claro que el casco va a ayudar a reducir esos impactos”, asegura en una nota de la NCAA el entrenador del último chico muerto, Will Freeman, quien asegura que los atletas se olvidan rápidamente de que lo llevan puesto. “Me siento mucho más cómodo con ellos”, asegura. En su universidad el casco ya es obligatorio.