El 75% de los menores…

En España hay alrededor de 22.000 niños y adolescentes  en situación de desamparo. El 75 por ciento de ellos vive en centros de acogida y no en familias por el desconocimiento del sistema y el miedo, en muchas ocasiones infundado, que tienen los ciudadanos a un modelo que parece más complicado, conflictivo e inestable de lo que es en realidad.

Así­ lo ha explicado la vicepresidenta de la ”˜Asociación de acogedores de menores”™ de la Comunidad de Madrid, Marí­a Arauz, en la presentación del II Congreso ‘El interés superior del niño’, que se celebrará el 19 de noviembre, un acto en el que han participado un padre acogedor, Jacinto Marqués, y dos jóvenes acogidos de pequeños, Aleix Durán y Patricia Moyá.

Estos niños, que son declarados en desamparo después de que la administración constate que no están bien atendidos, que han sido abandonados o que sus familias biológicas (por problemas y/o patologí­as como las adicciones) no pueden hacerse cargo de ellos, ingresan en centros residenciales en espera de que algo cambie, que vuelva su familia o que sean derivados a una de acogida, tal y como informa Europa Press. Sin embargo, la situación se cronifica. Casi nunca se resuelve.

“La Administración toma las mismas cautelas que con una adopción, hay que superar un proceso y que te den la idoneidad como familia acogedora. En una adopción, las familias tardan siete o diez años hasta que les dan un niño. En acogimiento son los niños los que esperan y saben que cada año es un año menos de oportunidad, porque los mayores ya no salen de los centros”, explica Arauz.

Ocurre, según afirma, porque “la acogida familiar es el gran desconocido, la gente sabe lo que es la adopción pero no el acogimiento” y porque “a las familias les da miedo”, miedo a la “mochila” emocional que pueda llevar el niño, si ya no es un bebé, y miedo a que al final, la familia biológica lo acabe recuperando.

La cuestión es que mientras tanto, hay “niños y chavales” que en la época más complicada de su vida necesitan ví­nculos, cariño y una persona de referencia, alguien que se preocupe por él. Eso, según Arauz, reside en una familia. Pero no llegan a ella.

“La gente no acoge porque tiene miedo de que le quiten al niño, pero eso no suele ocurrir. Están las acogidas temporales, que tienen un principio y un fin y la gente se presta a ello sabiéndolo. Hay otras que tienen vocación de permanencia”, dice Arauz, para insistir en que éstas son las más frecuentes. “Es un miedo lí­cito -añade-, pero todos los hijos, quieras o no, se van a acabar yendo. Hay lazos más fuertes que los de sangre y que permanecen para siempre”.

A Patricia Moyá le dijeron que serí­a temporal. Se lo dijeron sus hermanos cuando a los seis años la dejaron en el centro de menores y se lo repitieron cuando a los 9 fue a vivir con la familia de una compañera de colegio, con la que hoy, de adulta, sigue residiendo. “Me dijeron que iba a estar con esta familia hasta que mi madre se pusiera buena y la verdad es que nunca lo ha hecho”, explica.

Cuenta su vida en tres etapas, una primera con sus parientes biológicos, sin costumbre de ir al colegio todos los dí­as; la segunda en el centro, donde compartí­a vida con otra docena de niños, como si fuese una más, en “una clase pequeñita”, y la tercera con su familia, en la que fue encontrando su “sitio”.

“Es cuando llegas a una familia cuando te das cuenta de que necesitas cariño. Te revisan los deberes, aprendes, miran por lo que te gusta y por lo que no, por ejemplo con la ropa, vas creciendo (…) Yo no sabí­a cómo abrazar o cómo dar un beso, así­ que la relación de cariño fue un poco frí­a al principio”, explica.