Con un 52% de discapacidad…

Marí­a Luisa es una profesora de Educación Primaria Ciudad Real con un 52% de discapacidad reconocida -con una protesis de cadera, operaciones de rodilla y un interminable historial de operaciones y distintas enfermedades que afectan a su movilidad- que este año ha visto cómo los recortes la han condenado a dar clases en un colegio de Malagón, para el que tienen que coger todos los dí­as el coche peses a sus problemas también de espalda; subir una difí­cil rampa de cemento liso de lo más resbaladiza y empinada; subir en una plataforma que considera inestable y que hace una curva; y atravesar la biblioteca y un largo pasillo para llegar a su clase en el primer piso, desde donde se siente “encerrada” porque ya no puede salir hasta que acaban las clases por sus problemas de movilidad.

Y todo ello es consecuencia de los recortes que el Gobierno regional ha desarrollado en materia de Educación y que le ha impedido este año acceder a una plaza en un colegio con ascensor de la capital, donde le es mucho más fácil desplazarse porque reside aqui, porque la comisión de servicios por razones humanitarias que así­ se lo permití­a hasta ahora no le ha servido de nada ante los ciendos de desplazados y suprimidos por el Gobierno regional.

“No se tiene en cuenta quién necesita una plaza en un lugar determinado por cuestiones reales y perfectamente constatables. Hasta que han llegado los recortes, siempre se habí­a tenido en cuenta mi situación  y, aunque no tuviera una plaza estable en un colegio de la capital y fuera cambiando -su oposición la aprobó en Malagón hace varios años cuando su situación fí­sica era mucho mejor y su grado de discapacidad no tan alto-, no me obligaban a ponerme en carretera ni me mandaban a un colegio sin ascensor… Pero este año todo ha cambiado”.

Mª Luisa, que afirma que para ella lo más importante es “trabajar, pero en las condiciones adecuadas”, asegura que las consecuencias fí­sicas de este cambio ya las está notando y, además de haberse lesionado un pie y sufrir dolores de espalda -su historial médico ocupa varios folios-, pero también a nivel psicológico “porque me siento muy incómoda de tener que depender para todo de mis compañeros, hasta para hacer unas fotocopias, porque no puedo estar subiendo y bajando. Y yo no tengo esa necesidad de depender de nadie, aunque agradezco el apoyo que me están brindando en el colegio, pero podrí­a ser más autónoma si estuviera en un centro con menos barreras arquitectónicas, como ocurrí­a el año pasado en el Marí­a de Pacheco de Ciudad Real, un colegio en el que este año no he podido continuar pese a que se ha quedado una vacante por una jubilación”.

Esta profesora, que este año da clase a 24 niños, tres de ellos con necesidades educativas especiales, de 6º de Primaria, se siente, además, recluida en su centro actual. “Es como un zulo, porque no puedo estar andando tanto y subiendo y bajando. Llego a primera hora y no salgo hasta que acabo las clases, aunque los niños se vayan al recreo”.

“Esta es una historia de superación, la que cada dí­a protagoniza mi esposa, maestra de profesión y sufridora por obligación”, concluye su marido Joaquí­n, quien lo único que quiere es que su mujer tenga un puesto adaptado a su discapacidad para que siga ejerciendo un trabajo que le apasiona.