Cuando la discapacidad fí­sica se…

FAMMA detecta que las personas con discapacidad tienden a desarrollar enfermedades mentales, como la depresión, al sufrir soledad, incomprensión, discriminación por barreras fí­sicas o sociales y abandono en los entornos rurales.

El porcentaje de la población afectada por algún tipo de discapacidad en los municipios con menos de 10.000 habitantes es de un 10,2% frente a un 7,6% de la población urbana. Pero la baja densidad de población hace que los recursos sean muy limitados o inexistentes.

En palabras de Javier Font, presidente de FAMMA, esta diferencia es “consecuencia de la falta de recursos hacia estas personas, que no solo no avanzan hacia su autonomí­a personal y la plena inclusión, sino que retroceden en sus capacidades y estado de salud adquiriendo otras nuevas discapacidades, desgraciadamente”.

Desde la Federación, estamos llevando a cabo un programa para promover la inserción laboral de personas con discapacidad en zonas rurales a través de un proceso personalizado de formación profesional, mejora de habilidades sociales y empleabilidad.

Aunque encontramos que el entorno rural no favorece la inserción laboral, la experiencia de FAMMA demuestra que la integración laboral en el ámbito rural es posible, como así­ lo atestiguan las 80 personas con discapacidad fí­sica que ya han encontrado trabajo gracias a nuestro programa de empleo en distintos municipios de la región.

Además, este proyecto nos ha permitido conocer, desde el origen, las causas que provocan la exclusión. Hemos detectado ausencia de ayuda asistencial, falta de recursos educativos, carencia de formación, una inserción laboral casi inexistente, barreras arquitectónicas y urbaní­sticas, centros sanitarios a largas distancias y actividades culturales inaccesibles.

Queremos demostrar que sí­ hay salida porque las personas con discapacidad fí­sica piden más información para vivir de manera normalizada. Porque detrás de los números, hay personas que necesitan hablar de dolor, huir de una vida rutinaria y sentirse comprendidos, porque, a menudo, tanto las instituciones como los familiares olvidan la discriminación que padecen.